En 1985 el "vientre blando" de la derecha se asustó con los atentados que cometían el FPMR comunista y el MIR socialista, apoyados por la URSS, Alemania Oriental, Cuba y Corea del Norte. Eran capaces de oscurecer el país con bombas y de interrumpir el tránsito, amenazando quemar vehículos de locomoción, matando pasajeros del metro con explosiones y hasta llegaron a dinamitar un bus lleno de carabineros.
El "vientre blando" se reunió con los DC y los socialistas renovados y eligieron al cardenal-arzobispo Fresno para que patrocinara un "Acuerdo Nacional", que consistía en poner término anticipado al gobierno de Pinochet, llamar a elecciones antes de lo previsto y mandar a los militares de vuelta a sus cuarteles.
Hasta había un ex ministro del régimen entre los partidarios de entregarlo todo para que parara el clima revolucionario. Junto a la violencia extremista, los opositores convocaron a "protestas" que sirvieron para perpetrar, entre 1983 y 1987, 17 "estallidos" como el de octubre de 2019. Pero en la presidencia estaba Pinochet, de modo que cada revuelta duraba un día y al cabo del mandato de éste habían sucumbido el MIR y el FPMR y había mil terroristas presos.
Pero en 1985 los precursores de los que en 2023 estaban "A Favor" de entregar la Constitución, estaban "por el Acuerdo Nacional" de despedir al Presidente y la Junta cinco años antes de lo estipulado.
Los del "vientre blando" de entonces me decían a cada paso: "supongo que estás por el Acuerdo Nacional". Por supuesto, yo no lo estaba y los llamaba a ellos "wets", como les dicen los ingleses a los tibios, partidarios de rendirse a lo Chamberlain y no de dar la pelea a lo Churchill.
El cardenal-arzobispo, antes muy partidario de la Junta, creyó que era "el hombre del momento", pero "no sabía la chichita con que se estaba curando": aceptó llevarle el Acuerdo a Pinochet a La Moneda. Era poco antes de Navidad y el presidente le tenía un regalo: junto con entregárselo le reintrodujo a Fresno el texto del Acuerdo Nacional que éste recién le había pasado, en la bocamanga de su casulla, y lo condujo del brazo a la puerta.
Ese mismo 1985 el gobierno bajó el impuesto a las empresas a diez por ciento, mandó un proyecto para que las utilidades no retiradas de las empresas no pagaran impuestos, lo que aumentó la inversión; congeló el salario mínimo en $8 mil pesos, lo que dio empleo formal a más pobres; y privatizo empresas estatales que, de tener pérdidas, pasaron a pagar impuestos por sus utilidades; y consiguió bajar la deuda externa, pues se podían pagar empresas privatizadas con títulos de deuda a su valor nominal o face value, habiendo sido comprados en bolsa a precio reducido.
Resultado: entre 1985 y 1989 se iniciaron los primeros cinco de los mejores 30 de la historia de Chile. Y Pinochet entregó a los civiles el país que más crecía en América Latina, con un desempleo del 5 % y una democracia protegida contra la violencia extremista y que sólo podía recaer en el comunismo si algún presidente no era capaz de ejercer sus atribuciones.